Lentamente alzo la mirada hacia el ventanal presente en la habitación. El amanecer se cuela entre las cortinas, mientras pequeños rayos de un tímido sol comienzan a invadir poco a poco la estancia.
Mi cuerpo cansado.
Giro mi rostro al sentir una suave tibieza en mi mano. Y te veo. Apoyado en la cama, profundamente dormido, sin embargo, mantienes tu mano tomando cálidamente la mía.
“Mi bebé…”
Tus facciones relajadas, como hace tiempo no te veía, pues siempre cargas con esa expresión de preocupación y miedo en tus ojos cada vez que me observas.
“No lo puedo evitar”
Casi como un cruel asesino que se abalanza sin contemplaciones sobre su víctima, mi cuerpo se estremece sin querer, por aquel dolor que lo envuelve una vez más. Siento mi rostro contraerse y mis labios se cierran en una mueca indescifrable. No emito ningún sonido, no quiero despertarte, mas mi mano se cierra en la tuya a causa del sufrimiento que se apodera de mí ser.
“Duele”
Levantas tu vista, quizás al percatarte de mi estremecimiento anterior y tus ojos vuelven a llenarse de aquel miedo e incertidumbre dominante en las últimas semanas.
- ¿Estás bien? – tu suave voz retumba en la estancia, y es música para mis oídos. Esbozo una suave y casi inexistente sonrisa, mientras despacio muevo mi cabeza en señal de asentimiento.
“No te preocupes”
¿Cómo puedo explicar realmente lo que pasa? Siento tus dedos entrelazarse a los míos, casi como una súplica muda.
“No me quiero ir”
Y casi al instante susurras despacio, casi como para auto convencerte, como un susurro inentendible, poniéndole voz a mis deseos.
- No quiero que te vayas.
Y con esas palabras, el nudo en mi garganta comenzó a hacer gala de su presencia, por lo que solo puedo cerrar mis ojos intentando controlar, regular mi respiración.
“¿Por qué Dios se empeña en separarnos?”
Rememoro nuestro caminar, desde el comienzo hasta el día de hoy. No todo fue fácil, pero tuvimos oportunidades de ser felices.
“¿Lo fuiste? ¿Fuiste feliz?”
Y son pequeños sollozos los que escucho a mí alrededor, percatándome de pequeñas lágrimas que bañan despacio tu hermoso rostro, sin detenerse.
Alzo mi mano despacio, me duele, hasta depositarlo lo más suave que me permite mi estado en tu mejilla, intentando borrar aquel líquido salado que sigue emanando de tus ojos.
“No llores bebé, no llores por favor”
Me observas, implorando en un mudo silencio y te regalo una sonrisa. Tengo que ser fuerte, por ti. Porque no puedo permitir que sufras más. Que te atormentes una vez más.
Cierras tus ojos al sentir mi caricia. Que más daría por poder acunarte en tu dolor, poder decirte que no llores, mas no puedo.
Tu mejilla se aferra a mi mano, en un intento tal vez por conservar mi esencia junto a ti. Y mi corazón se rompe en miles de pedazos, al saber que no puedo quedarme como tú y yo queremos.
“Te amo bebé”.
Y es cuando un nuevo espasmo se apodera de mi débil cuerpo, haciéndolo suyo. Mis dedos se cierran en tu mejilla e intento no soltar ningún sonido, pero un leve gemido se escapa de mis labios ya resecos.
Y soy consciente que mi momento ya llega. Porque mis pulmones ya no se expanden como antes y mi corazón ya no trabaja igual.
- Resiste – te escucho una vez más, tus ojos pendientes de cada expresión, voz cargada de ruegos que yo no puedo cumplir.
“No sufras, te lo pido”.
Me duele al respirar y una fina tela comienza a empañar mi vista mas no te lo demuestro. Los médicos tenían razón. Por lo mismo no quise monitores ni nada en mi habitación. Solo la paz. Intento enfocar mi mirada en tu hermoso rostro, intentando llevarme tu faz memorizada, pero sólo un retrato nublado consigo de ti. No me queda mucho tiempo.
Un leve ceño aparece en tu rostro, quizás adivinando lo que se viene.
“Sigue con tu vida, prométemelo”.
Con un último esfuerzo, consigo articular unas pocas palabras.
- Bésa…me – mi voz se pierde en la garganta que comienza a darme problemas. Un sonido me indica que te levantas y vislumbro tu silueta difuminada acercando tu rostro hacía el mío.
Tus suaves labios se posan una vez más en los míos, sintiendo tu esencia nuevamente mezclándose con la mía, regalándome aquel amor que compartimos juntos hasta el día de hoy. Mis ojos se estremecen y se llenan de lágrimas, mientras mi cuerpo absorbe de a poco mis últimas energías.
Te separas y siento tus lagrimas rodar ya sin poder contenerlas. Tampoco quieres hacerlo.
- Te…amo – susurro ya con mi último suspiro, mientras mi mano que se mantuvo firme contra la tuya, de a poco comienza a aflojarla.
Mi mirada queda fija en tu rostro, mientras una suave sonrisa aparece en mis labios ya relajados.
Tú lloras junto a mí, yo sin poder evitarlo nunca más. Los rayos del sol invaden completamente la estancia, mientras un suave susurro se escucha despacio.
-“No llores, por favor, no llores más”.
Lo sabía, sabía que no tardarías en armarla y lo hiciste. Mira que te gustan las desgracias puñetera ¬¬
ResponderEliminarCreo que a él no le tendrías que haber tratado como bebé, no sé, creo que pierde esa fuerza con la que la prota habla cuando rememora su vida. Tendrías que haberle dado otro apelativo, porque este lleva a confusión.
Espero que el último no sea una desgracia, porque sino, te cuelgo del palo de mesana ¬¬